El
Diablo de la Catedral
El diablo que existe en la
catedral de Arequipa vino de Francia, de acuerdo al legado de la señora Javiera
Lizárraga de Álvarez Comparet. Dicen que como Dios, el diablo está en todas
partes, pero en bulto y con cola agárrense feligreses, está nada menos que en
la catedral de Arequipa que debe ser uno de los lugares del mundo, tal vez el
único, en que una imagen da Satanás se luce al interior de una iglesia.
Si bien la imagen del amo
del infierno no recibe veneración pública, cabeza y cuerpo con alas y cola
enroscada de serpiente, esta hermosa’ obra de ebanistería se mandó construir
por disposición testamentaria de la señora Javiera Lizárraga de Álvarez Comparet,
de los talleres de Buisine — Rigot en Lille (Francia) el arequipeño Don Juan
Mariano de Goyeneche y Gamio, quien por los tiempos en que se fabricaba el
pulpito era ministro plenipotenciario del Perú, en Francia, fue el encargado de
gestionar la feliz culminación de la obra que fue terminada después de 15 meses
de trabajo y a un costo de 25,000 Francos (Gracias señora Javiera).
Bolívar
y el cementerio de La Apacheta
A su paso por Arequipa, el
Libertador Simón Bolívar dispuso que se construyera un nuevo cementerio, por
encontrarse el antiguo de Miraflores muy cercano a la ciudad; lo que constituía
un serio peligro para la salud de sus habitantes. "Y fue trayendo los
restos del patriota Mariano Melgar, que se inauguró el nuevo cementerio de La
Apacheta -que significa montículo de piedras-, un 16 de septiembre de 1833.
Arequipa ofreció a Bolívar un recibimiento fastuoso; obsequios y festejos se realizaron por todas partes. Uno de los homenajes que más conmovió al Libertador, fue el de las educandas de Arequipa que, en gesto de gratitud por la independencia, entregaron la donación de joyas y piedras preciosas que habían reunido para su ejército; la respuesta de Bolívar y de sus soldados, no fue otra sino, la de desprenderse de sus haberes para donarlos a su vez a las educandas y los huérfanos.
La
aparecida de la calle San Pedro
Tartufo Murillo es el
protagonista de esta leyenda, quien al recogerse tarde a su casa y discurriendo
por la calle San Pedro, observa en medio de la gran oscuridad, a una elegante
dama, vestida toda de blanco y que se dirige a su encuentro. Don Tartufo se
emociona, por lo que puede resultar un romance inesperado, sin embargo cuando
los dos personajes se encuentran uno muy cerca del otro, la mujer empieza a
elevarse por los aires; se trata de un alma del más allá. Don Tartufo Murillo,
empalidece, moja sus pantalones y se escurre, como mejor puede, por la primera
puerta entreabierta que encuentra; y una vez dentro de una oscura habitación,
escucha una voz cavernosa que le dice: ¡Oh, desdichado mortal, deja que redima
mis pecados; no perturbes el descanso de los que han muerto!
Nuestro espantado protagonista, al escuchar esto, cae desmayado al piso.
Al parecer, y según cuentan, el alma en pena pertenecía a la que en vida fue una monjita libertina del convento de Santa Rosa.
La
misa del otro mundo
Una leyenda cuenta la
penosa historia de un joven que, habiendo quedado dormido sobre una banca
dentro de la fría iglesia de Santo Domingo, de pronto al despertar se vio
prisionero de la oscuridad del lugar, siendo testigo, sin quererlo, de la
fantasmagórica aparición del famoso fraile sin cabeza, quien después de
encender unas velas, le pidió al muchacho que se acercara hacia el altar; que
su única intención era la de celebrar una misa y que para esto requería de
alguien que fuera su oyente.
Aún con todo el espanto que
sentía el muchacho, no le quedó sino presenciar tan insólita ceremonia y
atenerse a las circunstancias. Por fin, una vez celebrada la misa, se apagaron
inesperadamente las velas y el joven en su desesperación trató de huir cual entidad
etérea se tratase, consiguiendo por su imprudencia romperse la cabeza contra
una dura puerta, para caer finalmente sin sentido en las frías lozas del
templo.
El
fraile sin cabeza
Una leyenda de Arequipa del
siglo XIX, nos cuenta sobre el diabólico andar del "Fraile sin
cabeza". Un alma en pena, a veces gravitante, que se sabía, por toda la
ciudad, recorría de lado a lado el callejón de la Catedral y siempre al amparo
de las doce campanadas que dejaba oír el reloj de la torre. El espectro, decían
quienes habían tenido el valor o la mala fortuna de encontrárselo, se mostraba
ataviado con un viejo hábito franciscano y en cuyo interior del alargado
capuchón que debía cubrirle la cabeza, sólo se podía entrever una profunda
oquedad, una sombra provocada por el vacío.
La leyenda -o por lo menos una de las dos versiones
de la misma-, cuenta que el espectral personaje había sido decapitado por el
hijo de un noble español, quien por un desacuerdo intrascendente, había reñido
con el fraile y en medio del calor de la desigual contienda, la cabeza de éste
último había sido cortada de tajo; a causa del fuerte golpe que le propinó el
hijo del noble con la espada. El lamentable acontecimiento había ocurrido en el
callejón de la Catedral, del lado que antiguamente daba a la "Casa Forga".
Se cuenta además que el religioso había sido enterrado sin su respectiva
cabeza, pues al momento de la decapitación, un perro la había mordido y llevado
a esconder en algún recoveco de los alrededores. Era por esto, refieren los
abuelos, que el fraile andaba vagando en busca eterna de su cabeza. Tal vez la
modernidad, al parecer, aplacó su constante deambular; o quizá finalmente
encontró lo que tanto andaba buscando.
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